Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1860-1861 (Cortes de 1858 a 1863)
Sesión: 7 de marzo de 1861
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 111, 1.879 a 1.883
Tema: Reclamación de Sagasta sobre el acta de los asuntos de Italia. Continúa su interpelación

El Sr. SAGASTA: Sr. Presidente, estaba esperando a que acabasen de salir los Sres. Diputados que lo tengan por conveniente, y a que acabasen de felicitar al Sr. Ministro de Estado los señores que gusten.

El Sr. VICEPRESIDENTE (marqués de la Vega de Armijo): Ruego a V.S. que hable, porque de lo contrario hay otros Sres. Diputados que tienen pedida la palabra y podrán usarla.

El Sr. SAGASTA: He hecho esta espera para que no haya necesidad de que se pida que se escriban mis palabras por no haberlas oído bien cuando yo las pronuncie; no quiero que pasemos hoy por lo que pasamos ayer, por esto lo he hecho ni más ni menos.

Si a mí me hubiera quedado algún escrúpulo, Sres. Diputados, de la razón con que ayer combatí la política que el Gobierno ha seguido a propósito de la revolución italiana, el discurso del Sr. Ministro de Estado la hubiera hecho desaparecer hoy por compelo. ¿Por qué combatí yo ayer Ia política del Gobierno de la unión liberal? ¿No la combatí principalmente porque creía yo que en esa política no se había tenido presente la conveniencia del país ¿no la combatí en primer lugar porque creía yo que no se habían tenido en cuenta los altos intereses de la nación española? Pues esto más o menos, es lo que nos ha declarado hoy el Sr. Ministro de Estado.

Pues qué, ¿se han olvidado aquí por ventura las revoluciones de 1.820, de 1.834, de 1.854? ¿Se ha olvidado en Francia la revolución del año de 30, del año del 48, el golpe de Estado de 1.852? ¿Se han olvidado las revoluciones del año de 20, del 37, del 59 y del 60 en ItaIia? ¿Pues qué han sido esas revoluciones? ¿Qué han hecho más que llevarse en jirones aquellos tratados? Y el Gobierno, producto de estas revoluciones, ¿ha de venir a sostener aquellos tratados?¿Y contra quién? ¿Y contra qué? Contra la conveniencia, contra los intereses del país. Así nos lo ha declarado el Sr. Ministro de Estado, así nos lo ha dicho el Gobierno, así nos lo ha dicho S.S.

El Sr. Ministro de Estado nos ha dicho que había dos políticas que seguir en lo que tenía relación con el exterior: una de conveniencia, de consideración hacia los intereses del país, y otra tradicional y de derecho. S.S. nos ha dicho que España, en la cuestión internacional relativamente a Italia, ha seguido la política tradicional prescindiendo de la política de conveniencia del país. iCon cuánta razón decía yo ayer, Sres. Diputados, que este Gobierno había olvidado los más altos intereses del país! ¿Y por qué? decía yo. Por unos tratados en los cuales, si bien se consignan, si bien se establecen ciertos favores, ciertas consideraciones, ciertos intereses a familias determinadas, se lastiman grandemente los intereses, el decoro, la dignidad de la nación española, que están por cima, como dije ayer y repito hoy, de los intereses de una familia, de un apellido por tradicional y respetable que sea.

Porque en último resultado, como ha podido observar el Congreso, ese derecho tradicional consignado en esos tratados no existe, porque si existiera no podría hoy defender el Sr. Ministro de Estado su política; porque quizá no la hubiera podido Ilevar a cabo; además de que ni aún ese derecho tradicional ha sostenido el Gobierno, no ha sostenido más que intereses particulares de familias determinadas , y al sostener esos intereses particulares de determinadas familias se ha olvidado por completo de lo que ni puede ni debe olvidarse nunca ningún Gobierno, de las instituciones que rigen el país que gobierna.

Yo decía ayer que ni una vez siquiera en sus despachos diplomáticos se había acordado de las instituciones liberales que en España rigen, y para demostrar el Sr. Ministro de Estado que yo había padecido una equivocación, ha leído un despacho que habla en efecto de mejoras en sentido liberal, despacho del que yo no quise hacerme cargo por honra y consideración del Gobierno. S.S., para salir de su apuro, se contradecía al leer ese despacho con la misma teoría que acaba de sostener. Decía S.S. nosotros no hemos dicho nada en la cuestión de aquel país; no hemos dado consejos porque no se nos han pedido, y no los damos; bien hecho. Pero enseguida, señores, ese despacho [1.879] demostraba que había dado consejos, ¿y cuándo los daba? Los daba cuando el que, fue Fernando II abandonaba sus Estados, y cuando viendo que no tenía otro remedio para tratar de recobrarlos que hacer concesiones; entonces es cuando el Gobierno español daba consejos para que se hicieran algunas mejoras en sentido liberal; cuando ya el que fue Rey de Nápoles, viéndose sin Estados, trataba de recobrarlos ofreciendo la Constitución del año 12.

Dice el Sr. Ministro de Estado que el Gobierno no ha atacado en nada la independencia de Italia; pues qué, ¿creía el Gobierno que la Italia era independiente? Pues qué, con el sistema que venía dominando en Italia, ¿era ésta independiente? ¿Pues no estaban algunos de sus Estados ahogados por bayonetas extranjeras, y otros no estaban completamente supeditados por Gobiernos extranjeros? ¿Entiende eso por independencia el Gobierno? Pues si no entiende eso por independencia el Gobierno, lo que con su política trataba era conservar el statu quo, era sostener la política que defendió el que fue Rey de Nápoles. Yo no he dicho que el Gobierno atacase directamente la independencia de Italia, pero ¿qué más da? ¿No defendía el estado de cosas que en Italia existían? Pues el defender el estado de cosas que en Italia existían era oponerse a la independencia de Italia, no cabe duda de ningún género; Además, la independencia de Italia es inseparable de su unidad, porque dividida en pequeños Estados, naturalmente han de hallarse estos subyugados por las grandes potencias como ha sucedido hasta aquí; no son más que súbditos de las grandes potencias como lo dice constantemente la historia. De manera que el Gobierno de la unión liberal atacaba la independencia de Italia de dos modos, de uno procurado la continuación del estado de cosas en Italia tal como había existido; de otro impidiendo la unidad italiana, única base de la independencia de Italia: no es posible atacar la independencia de Italia de más modos ni más directos que la ha atacado el Gobierno.

El Sr. Ministro de Estado entró después en algunas consideraciones acerca de la cuestión de Parma, Módena, Toscana, de la guerra de Italia y del tratado de Villafranca; todo esto es completamente inútil, porque yo, como habrá podido observar el Congreso, he tomado las cosas desde el principio de la segunda época de la guerra de Italia, desde que las tropas del Piamonte invadieron los Estados napolitanos y romanos, y he tenido buen cuidado de no tocar nada de la primera época, porque esta primera época no me correspondía a mí.

Como yo quería que la cuestión de Italia se debatiera con toda extensión, cuando anuncié mi interpelación lo hice relativamente a los acontecimientos generales de Italia; pero habiendo dicho el Sr. Presidente del Consejo de Ministros que no se daría más latitud a la interpelación que la que permitiera el Reglamento, yo, con el objeto de que se debatiera extensamente la cuestión y tomaran parte en ella los oradores que tuvieran por conveniente hacerlo, dividí la interpelación en dos, una relativa a los asuntos de Nápoles, y otra relativa a los asuntos de Parma; y habiéndome quedado yo con la primera, el Sr. Rivero, mi digno amigo, a quien nunca se lo agradeceré bastante, se apresuró a encargarse de la segunda; de la primera época pues yo nada he dicho, y por lo tanto el Sr. Ministro de Estado no me ha contestado a mí; no sé a quién habrá contestado, porque yo no he hablado ni una sola palabra ni del tratado de Villafranca, ni de la invasión ni anexión de Parma, Módena y Toscana, ni de nada absolutamente que se pueda referir a esa primera época. S.S. por lo visto creía que yo iba a tratar de esa cuestión, y digo: preciso será contestar algo, y aunque yo nada he dicho, ha tenido por conveniente contestar a que él creía yo iba a decir.

Otro cargo me ha hecho el Sr. Ministro de Estado; y como nada tiene que ver con la cuestión, voy a pasarle por alto; se refiere a la falta de orden, de método, de lógica y de formas de retórica que S.S. ha encontrado en mi discurso; yo le concedo a S.S. todo lo contrario, mucho orden, mucho método, buenas formas de retórica y todo lo que S.S. quiera, lo cual no es extraño, porque S.S. es muy profundo en estas materias diplomáticas y ha adquirido justamente cierta celebridad en los asuntos diplomáticos donde a veces la forma es la esencia; reconozco que en esto puede darme lecciones S.S. y yo las respeto: por consiguiente de eso de forma nada tengo que decir.

El Sr. Ministro de Estado, defendiendo su política, dice:¿qué habíamos de hacer con la virtuosa duquesa de Parma?¿Cómo había España de abandonar a esa virtuosa señora? Es una gran virtud ayudar al afligido, ayudar a una duquesa virtuosa; pero si así no convenía a España, ¿por qué se la había de ayudar? Añadía S.S.: pues si no existieran los tratados, no habría sociedades; pues no les ha ido muy bien a la duquesa ni al Estado de Parma con el tratado de 1.748, de donde decía S.S. arrancan sus derechos; no les ha ido muy bien, porque desde la desaparición de la casa de Farnesio han pasado por más de 20 manos esos desdichados Estados.

S.S. sabe muy bien que a principios de este siglo, estando aún vigente ese tratado, el ducado de Parma fue vendido por el rey absoluto de España a Napoleón, sin saberlo siquiera el duque a la sazón reinante; de suerte que cuando menos lo esperaba se encontró sorprendido con que había dejado de ser duque de Parma por haberse vendido su Estado.

Vea pues S.S. cómo la sociedad existe, y que sin embargo los tratados se rompen todos los días, esos tratados que S.S. ha defendido, esos derechos tradicionales que defiende por encima de toda consideración, y esos tratados, en fin, que infringen siempre que les conviene o les parece

hasta los Reyes absolutos.

S.S. nos decía también que al defender los derechos tradicionales defendía la soberanía nacional, porque decía que ésta no está fundada sino en el derecho tradicional. ¡Ojalá S.S. que me ha dado lecciones sobre la forma pudiera dármelas también sobre el fonda! De buena gana tomaría yo también sobre esto las lecciones de S.S., para aprender que en efecto la soberanía nacional desciende del derecho tradicional. Pero, señores, yo creo todo lo contrario: la soberanía nacional es la fuente de todo derecho; lejos de ser el derecho la causa de la soberanía nacional, creo que no puede ser nunca más aquel que la consecuencia de ésta. Estamos hablando del derecho político: el moderno derecho político no tiene otro origen, no tiene otra fuente más que la soberanía nacional; y por eso, señores, son legítimos todos los poderes que se fundan en la soberanía nacional, todos los poderes que provienen de ella, y son ilegítimos todos los poderes que no se apoyan en ese principio.

Que yo había faltado la verdad histórica, y que había fallado a ella porque suponía que la idea de la unidad italiana era antigua, y ha querido demostrarnos que la unidad italiana no data más que desde el año de 1.859. ¿Quién ha faltado aquí a la verdad histórica? Señores, la idea de la unidad de la Italia estaba en la atmósfera, estaba en todos los que tienen corazones generosos, sentimientos nobles; estaba finalmente en todos los pechos italianos. La unidad de Italia la han proclamado todos los grandes pensadores de aquel país, así el Petrarca, como el Dante, como Maquiavelo mismo y otros grandes publicistas; la unidad de Italia estaba encarnada, puede decirse así, en el corazón y en los sentimientos de todos los italianos. [1.880]

¿Y qué significaba hasta el partido givelino, más que un partido que aspiraba a la unidad de Italia, fundada sobre el imperio y echando fuera el poder temporal de los Papas? Lo que tiene es que la unidad de la Italia tenía que vencer grandes dificultades, tenía que luchar con obstáculos de todo género, como los han encontrado en su caso todas las naciones de la tierra; lo que tiene es que la unidad de Italia se ha visto contrariada por las potencias extranjeras, por aquellas a quienes esa unidad era un obstáculo para su engrandecimiento; por eso contra la unidad de Italia se conjuraron todas estas potencias; pero por lo demás la unidad de Italia estaba en la atmósfera ; y cuando la Inglaterra, como nos decía S.S., proponía, no la unidad de Italia, sino el establecimiento de nuevos Estados, era porque los enemigos de esa unidad habían estado ponderando los grandes obstáculos, las grandes dificultades que ocasionaría el establecimiento de la misma, y para obviar esos obstáculos, para vencer esas dificultades proponía la organización de nuevos Estados; pero desde el momento en que ha visto que la unidad de Italia es posible, Inglaterra se ha decidido por ella.

También S.S. ha querido negar que la unidad de Italia hubiese encontrado obstáculos en ninguna parte. Ya se ve, S.S. creía que esa idea había nacido el año 59, y por eso decía que el municipio y el pontificado no podían ser obstáculo a una cosa que no existía, a una idea que era completamente desconocida. Pues era eso tan cierto, que la misma Italia, convencida hoy, como lo estaban sus antecesores, de que el fraccionamiento en ciudades había producido graves obstáculos para llevar a cabo su deseo de unidad; por eso, digo, la Italia hoy proclama una sola bandera, la bandera de la unidad; un solo principio, el de la monarquía Constitucional; un solo Rey, Víctor Manuel; un solo vínculo de unión, el amor al orden.

Desde el momento en que la Italia ha levantado esa bandera; desde el momento en que se ha visto por la prudencia y la tolerancia con que se han conducido esas poblaciones que la unidad de Italia era posible; más que era fácil, desde ese momento la han reconocido todas las grandes potencias, y no pueden menos de reconocerla, excepto aquellas que, como dije, están interesadas en la muerte o en la destrucción de la Italia.

Que dije yo que el pontificado se había opuesto siempre a la unidad de la Italia. Yo no dije que el pontificado se opusiera directamente a la unidad italiana: yo dije que el carácter cosmopolita del pontificado, su misma universalidad podía haber contribuido al fraccionamiento de la Italia, o que por lo menos no había sido bastante fuerte para conseguir su unidad, ni bastante débil para impedir que otros la constituyeran. De manera, que si no se ha opuesto directamente a la unidad de Italia, ha impedido que otros la realicen como lo impide hoy.

S.S. decía que era muy fácil para hacer efecto sentar tesis generales, establecer afirmaciones, pero no dar prueba ninguna. Pues yo digo a S.S. que no hay una palabra mía, que no hay una aserción que no sea seguida de una prueba. La mayor parte de mi discurso de ayer está fundado en hechos históricos, que son las mejores pruebas: Sino, que cite S.S. una aseveración, una afirmación que yo haya sentado y que no esté fundada en una prueba.

Y por último, S.S. he entrado en algunas consideraciones acerca de la manera de haberse verificado en aquel país las anexiones que yo ayer defendía, y hablando de este principio dijo que era unas veces peligroso, y que otras no era verdad lo que se había hecho en circunstancias extraordinarias, porque el sufragio universal era mentira muchas veces.

S.S. para probar este aserto preguntaba si el número era el que había de decidir de la razón y de la justicia; y añadía S.S. que en último resultado el número viene a ser la expresión de la fuerza material. Yo no puedo contestar al Sr. Ministro de Estado acerca de este punto; pero a eso puede contestarle bien la mayoría del Congreso; puede con testarle a S.S. el sistema representativo. Si la mayoría en último resultado viene a ser la expresión de la fuerza bruta, conteste a S.S. la mayoría del Congreso; conteste a S.S., en una palabra, el sistema representativo.

El Sr. Ministro de Estado ha dicho que dudaba ayer si era un Diputado español el que hablaba para preguntar: pues qué, ¿los intereses de la dinastía son los intereses del país? Yo no hacía esa pregunta. Yo sé que los intereses de la dinastía pueden ser los intereses del país; pero no son siempre los intereses del país. Los intereses de la dinastía son siempre de dos clases enteramente distintas. Cuando los intereses de la dinastía corresponden a la clase de intereses que tienen relación con los del país, entonces los intereses de la dinastía son la representación de los del país.

Pero las dinastías tienen también intereses que nada tienen que ver con los de la nación, y en ese caso esos intereses no pueden representar los del país. Muchas veces esos intereses que corresponden a la esfera particular, a la esfera de familia, son contrarias a los intereses del país. A eso me refería yo; y si no, dígalo el pacto de Familia, tan funesto para la España, que tantas guerras y tantos desastres nos costó. Ya podía suponer S.S., ¡qué digo suponer! ya lo sabia a qué clase de intereses dinásticos me refería yo; lo sabía muy bien. ¿Qué tienen que ver los intereses generales y públicos de la dinastía con los intereses particulares de parientes más o menos lejanos que nada tienen que ver con España, que no han procurado nunca más que el daño de nuestro país, que no tienen nada que ver con nosotros, bien lo sabe el Sr. Ministro de Estado? De consiguiente, el argumento de S.S. cae absolutamente por su base. Y aquí, como para destruir mi argumento, nos ha citado el Sr. Ministro de Estado el nombre de la Reina, el nombre del Rey. La invocación de este nombre siempre.

Como invocación de la patria puede hacerse, porque claro está que el Rey representa a la patria, y por eso invocar a la patria es invocar el nombre del Rey. ¿Pero qué tiene que ver el nombre del Rey con un primo más o menos lejano, queriendo en este caso hacer aparecer los intereses de familia como intereses generales de la nación?

El Sr. Ministro de Estado ha padecido otra equivocación. " He oído con asombro, decía S.S., que los derechos de Parma estaban fundados en los tratados de 1.815." Yo no he dicho nada respecto de los derechos de Parma, porque no me propuse entrar en esa cuestión. Por lo demás ya sabía yo que esos derechos se remontaban a tiempos más remotos; pero así y todo, ya ve el Sr. Ministro lo que ha sucedido al duque de Parma, protegido y defendido por esos derechos a los que S.S. se entrega en el cuerpo y alma.

Entremos en la cuestión del poder temporal del Papa. No me compadezca S.S. en esta cuestión. Dice el Sr. Ministro de Estado que yo he andado o que procuraba andar como sobre ascuas en la cuestión del poder temporal del Papa. O S.S. no me oyó, o ha olvidado lo que dije.

Es imposible: nada más explicito y terminante que lo que dije ayer acerca del poder temporal del Papa; algo más sobre ascuas ha andado S.S. Yo dije terminantemente, yo procura demostrar, y creo que lo conseguí, que el poder temporal de los Papas era contrario al catolicismo, que era perjudicial al pontificado, y era matador para los pueblos a él sometidos. Probé esta tesis parte por parte, y S.S. el trabajo que debía haberse tomado era haber destruido estos [1.881] asertos que yo apoyé en la historia y con recuerdos de todo género. Yo dividí la cuestión en tres partes. En la primera pregunté: el poder temporal de los Papas, ¿es contrario, está en armonía con el catolicismo, si o no? Di razones para resolver esa cuestión, y probé mi aserción. ¿Qué ha contestado el Sr. Ministro a eso? Nada. Pues mientras no me conteste y contrarreste con otros hechos, tengo derecho para creer que estuve en mi lugar y que demostré cumplidamente la falta de armonía entre el poder temporal con el Cristianismo. Procuré demostrar después, y, creo que también lo conseguí, que el poder temporal era perjudicial, era nocivo al ejercicio del poder espiritual.

Para esto di mis razones; ¿las ha combatido ni contestado S.S.? No. Pues estoy en mi derecho pretendiendo que son valederas. Demostré el aserto que me proponía, y por me dio de ejemplos demostré que los países sometidos al poder temporal se esterilizaban y morían. Di mis razones, las apoyé en la historia, y como no las ha contestado el Sr. Ministro, estoy en mi derecho creyendo que son razones valederas y que no ha podido rebatirlas. Vea el Sr. Ministro de Estado cómo el cargo que me ha dirigido de que establecía aseveraciones y no daba las pruebas, podría yo rnejor hacérsele a S.S.; Yo probé todos las hechos, y S.S. nada. Se ha contentado con decir que el poder temporal debe ir unido al espiritual, que no puede vivir el uno sin el otro. No basta que lo diga, porque así como S.S. echaba de menos sus pruebas sin razón, yo diré que echo de menos sus pruebas, y las echo con razón.

La tarea pues del Sr. Ministro no era venir a decirnos si había hablado sin orden, sin método, sin lógica, que no había dado pruebas, cuando he dado las de la historia, y S.S. ha dejado de dar las pruebas en que basaba su aserto.

Con este motivo el Sr. Ministro de Estado nos ha hablado de los discursos del abate Fleury acerca de la historia eclesiástica, y se ha extendido mucho S.S. sobre este acto, porque ha dicho que apenas podía haber una persona, medianamente educada que no los haya examinado alguna vez. Yo dudo que S.S. los haya podido ver más de una por que al fin son 24 tomos en folio. (El Sr. Ministro de Estado: Esa es la historia; yo hablaba de los discursos.) Eso es otra cosa.

El Sr. Ministro de Estado me veía tan apurado en la cuestión del poder temporal del Papa, que no sabía dónde llevar al Jefe visible de la Iglesia. Sin duda esa compasión que yo inspiraba a S.S. no le dejó ver claro lo que yo decía. Supone que no sabía qué hacer del Papa, dónde llevarlo, dónde ponerlo, y lo dije claramente. Dije muy terminantemente: para mí no hay más que dos soluciones para el Papa; o transige franca y generosamente con el que hoy es Rey de Italia, o tiene, que salir de Roma. No hay remedio, diga S.S. lo que quiera sin probarlo; no hay remedio; no hay más que estas dos soluciones: o transige leal y francamente con el que hoy es Rey de Italia, y entonces no hay inconveniente ninguno en que continúe en Roma, o tiene que salir de esa ciudad.

Pero decía S.S. con este motivo: " el Sr. Sagasta manifiesta una idea peregrina; nos divide a Roma en dos ciudades, la ciudad del Vaticano y la del imperio; en la una parte al Papa , y en la otra al Rey de Italia." Esta, Sr. Ministro, es una figura como otra cualquiera; es una forma que a S.S. no gusta; pero es un modo de decir que los dos pueden estar independientes uno del otro, tanto como debe estarlo al poder espiritual del temporal; es un modo de decir que uno puede estar en el Vaticano, y el otro puede estar en el Quirinal. Por lo demás, no creo que haya nada en mi discurso de peregrino; he hecho un argumento por medio de una que no es inoportuna tampoco; porque hasta eso se presta la construcción de aquella ciudad, porque el Tiber la divide en dos parles iguales.

Decía enseguida: pero si respecto del poder temporal no se entra en transacciones de ningún género, si el Papa, se encierra en un imposible, en la fórmula del non possumus, si el Papa ha de tener en el punto de su residencia un poder temporal, entonces el Papa no puede permanecer en Roma; porque dígame S.S.:¿qué cabe más que una de dos soluciones, o la recuperación por el Papa de los Estados que ha perdido, o la salida de Roma? Yo pregunto a S. S.: ¿es posible, en el actual estado de cosas, por la parte que ha tomado la Francia, por la parte que ha tornado la Inglaterra, con la cuestión que ha tocado la Prusia, es posible que el Papa vuelva a recuperar sus Estados?

Vamos a hablar aquí francamente y con lealtad. ¿Lo cree S.S. posible en el estado en que hoy se encuentra la Europa? Pues si no lo cree S.S., no queda más que una solución, la salida de Roma. Pues si sale de Roma ¿adónde ha de ir? ¿Quiere S.S. que vaya a Francia? ¿Quiere S. S. que vaya a Austria? ¿Quiere S.S. que venga a España? Yo no veo más solución que la de que vaya a Jerusalén, porque en Jerusalén es donde el Papa podrá estar más libre.

Pero decía S.S.: " El Sr. Sagasta le echa a Jerusalén a que sea víctima quizá del fanatismo." iAh, señores! Poco nos acordamos hoy, del estado en que se encontraba Roma cuando estuvo allí San Pedro, San Pedro mismo. Pues qué, ¿tan bien estaba Roma, tan favorable era al catolicismo cuando fue San Pedro a establecer allí la iglesia, siendo así que entonces era Roma el centro del paganísimo? Pues qué,¿no anduvieron los Papas durante tres siglos en lucha constantemente con los emperadores romanos? Pues por estar Roma en medio de los cultos y de Ias divinidades paganas, ¿no sufrieron mil martirios y pasaron mil desgracias? Toda esa constancia fue el medio de extender la verdad, la religión, y de hacer cristiano un país que era enteramente pagano.

Yo no diré de ninguna manera eso de que Jerusalén fuera lo que fue Roma entonces; y aun así y todo, en aquella, época no necesitaban los Papas de invitaciones de nadie para irse a Roma. Yo creo que el estado en que hay se encuentra Jerusalén no era el estado de Roma cuando allí fueron los primeros Papas que por espacio de tres siglos lucharon constantemente con la ciudad eterna, porque ahora no tendría que luchar en Jerusalén; entonces fue conveniente que se establecieran en Roma, para desde allí difundir la luz divina por todas partes; de ese modo podía la religión cristiana tomar más incremento. Pues con lo misma razón que tenían entonces, los Papas para establecerse en Roma, podían establecerse hoy en Jerusalén, en donde no correrá ningún peligro de esos que cree S.S., porque si hubiera alguno, las naciones católicas se encargarían de salvarle y de protegerle.

S.S. pretende que la influencia moral de la Iglesia desaparecería con el poder temporal. Yo creo que S.S. está equivocado; creo que la Iglesia tiene más fuertísimos cimientos; creo que el poder temporal no le sirve para nada bajo ese punto de vista; antes creo que le perjudica. Pues qué ¿necesitamos los católicos para cumplir con el precepto de la Iglesia del poder temporal del Papa ? ¿Lo necesita S.S.? ¿Cuándo ha sido preciso que el Papa emplee con S.S. la fuerza material? No; el poder temporal de los Papas no contribuye a la estabilidad, a la firmeza de la Iglesia; el poder temporal de los Papas es absolutamente independiente de la Iglesia. Tratar de unir el poder temporal con el espiritual, es hacer un castillo de naipes al lado de una roca de diamante.

Por consiguiente queda demostrado que yo ataqué con [1.882] razón la conducta política del Gobierno, y que la ataqué precisamente por lo mismo que ha declarado el Sr. Ministro de Estado. (El Sr. Ministro de Estado: Yo no he declarado nada.) S.S. ha declarado que de dos políticas internacionales, la una de conveniencia y de interés del país, y la otra de respeto y de justicia a los derechos tradicionales, había adoptado esta segunda política. Queda demostrado que el Gobierno español ha contribuido en todo lo que le ha sido posible a sostener, a mantener el statu quo en Italia, tratando de impedir que recobrara su independencia, y dando además el triste espectáculo de la impotencia. Queda demostrado que en esta cuestión el Gobierno español se ha conducido menos liberalmente que la Prusia, que conserva todavía una forma más feudal; que el Gobierno español ha sido más autocrático que Rusia, que hoy limita su legítima influencia a prevenir conflictos, y más austriaco que el Austria, que hoy no procura más sino que del águila de dos cabezas no se desprenda la presa de Venecia. Pero el Sr. Ministro de Estado se ha olvidado por completo de nuestra historia, y lo que aquí ha dicho hoy es la condenación más explicita de nuestra existencia como nación.



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